Una vez salí corriendo sin importar dónde,
el pozo estaba seco
el aire rompía la distancia con la luz.
Yo secaba con el trapo el mar.
Alguien me gritaba: -No te caigas María! no te caigas!
Pero yo seguía corriendo.
Al llegar a mi casa, el gato había derramado su leche,
mi madre lloraba sobre la fotografía de un hombre.
Supe que debía guardar mi delantal en la cajonera verde,
despegué las figuritas de mi cuaderno,
y me até
con un nudo
el pelo que
se
me
caía.
sábado, febrero 21, 2009
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