sábado, febrero 21, 2009

Una vez salí corriendo sin importar dónde,
el pozo estaba seco
el aire rompía la distancia con la luz.
Yo secaba con el trapo el mar.
Alguien me gritaba: -No te caigas María! no te caigas!
Pero yo seguía corriendo.
Al llegar a mi casa, el gato había derramado su leche,
mi madre lloraba sobre la fotografía de un hombre.
Supe que debía guardar mi delantal en la cajonera verde,
despegué las figuritas de mi cuaderno,
y me até
con un nudo
el pelo que
se
me
caía.